Por.
Basem Tajeldine
Voces
Contra el Imperio
La
última Cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia – Pacífico (APEC)
celebrada el pasado 10 y 11 de noviembre de corriente año en Beijing, sirvió
para reafirmar el liderazgo del gigante asiático en esa
importante región y en el mundo, y también sirvió para mostrar el
declive de la hegemonía estadounidense.
La
mayor economía del mundo reconocida por el Fondo Monetario Internacional (FMI)
y el Banco Mundial (BM) [1], la
República Popular China, no para de anotarse éxitos económicos, políticos y
diplomáticos en los últimos 30 años.
En
la Cumbre APEC (grupo de países que suman más de la mitad del PIB mundial y el
44% de los intercambios comerciales de todo el planeta), la diplomacia China
demostró su superioridad, madurez y eficiencia frente a la precaria diplomacia
estadounidense que se caracteriza por la arrogancia e ineptitud.
Desde
la revolución popular en China, liderizada por Mao Zedong (1893-1976), y
especialmente a partir de las reformas económicas experimentadas por ese país:
el “socialismo de mercado” de Deng Xiaoping (1904-1997), hasta el día de hoy,
varios estrategas y reconocidos políticos estadounidenses siempre han
considerado al Dragón asiático como “una potencial amenaza para la hegemonía
imperial de EE.UU” [2], seguido de
la Federación Rusa.
Quizás
el mayor de los exponentes de esa idea sea el propio ex-secretario de Estado de
EE.UU., Henry Kissinger, a quien también se le recuerda por sus esfuerzos
diplomáticos durante la administración del republicano Richard Nixon (1969-1974)
de promover el acercamiento entre ambas naciones, política conocida bajo el
nombre de la “diplomacia del Ping Pon”.
¿A
quién podía ocurrírsele jugar Ping Pon con los acróbatas chinos, siendo éste
considerado su deporte nacional? ¿Ese nombre dado a la estrategia de Kissinger,
no era, acaso, una apología o premonición al fracaso?
Kissinger,
a diferencia de quienes siguen planteando atajos bélicos contra “la amenaza
China” e indujeron a la administración Obama a proponer la “OTAN del Pacífico” [3], es de la posición contraria a la
confrontación directa con China y se declara en favor de una cooperación más
estrecha con ese país [4]. El
estratega Kissinger es paciente y audaz. Sopesa mejor el poder militar y la
influencia del gigante rojo en esa geoestratégica región, y está convencimiento
de que las fuerzas productivas creadas tras las reformas económicas impulsadas
por Deng Xiaoping dieran lugar a la destrucción del Partido Comunista Chino
(PCC), la desintegración del poder político y la “transición política” en ese país. Sueños que hasta hoy no se han hecho
realidad.
Pero
lo que nunca imaginaron Kissinger y su colegas –a quienes gustan llamar “think tank”-, es que China mantuviera su
independencia política y aprovechara todo su musculo económico-productivo desarrollado
en los últimos años para promover espacios de alianzas regionales tan
importantes y solidos que terminara por arrebatar la influencia de EE.UU. en el
Pacífico y más allá.
El
conocedor de geopolítica Kissinger comprende muy bien las consecuencias de una
confrontación con China, que además es una potencia nuclear. En una ocasión
reconoció que "seleccionar China como nuestro enemigo principal en el
futuro y colocarla en el puesto vacante dejado por la Unión Soviética tendrá el
efecto paradójico de aislarnos en Asia; nadie se nos unirá" [5].
A
esa verdad habría que añadírsele que China posee las reservas en divisas más
grandes del mundo, calculadas en 3,8 billones de dólares. Adicionalmente, posee
actualmente 1,27 billones de dólares de deuda soberana de EE.UU., una cantidad
que equivale al 10,6% del total mundial [6],
que la convierte inequívocamente en el sostén de la economía de ese país y
forja una relación de interdependencia económica entre ambos países. Por ello, Kissinger
entiende que atacar a China sería un acto de suicidio para la economía
estadounidense.
Sin
embargo, el viejo zorro de la diplomacia imperial estadounidense sabe que
“EE.UU. no tiene aliados eternos ni enemigos perpetuos (solo intereses)”.
Pese
a esta realidad compleja de interdependencia y contradicciones, EE.UU. no deja
esforzarse por impedir el ascenso del Dragón Chino; por limitar o controlar el
acceso de China a las fuentes de materias primas en África, el Medio Oriente y
en Latinoamérica (necesarios para mantener los impresionantes índices de
crecimiento del PIB anual superiores al 7%). Sin embargo, estos esfuerzos han
terminado en estrepitosos fracasos.
Por
otro lado, EE.UU. se planteó vanamente distraer a China en conflictos
regionales, tales como las disputas por las aguas territoriales chinas (el mar
del China meridional) que motivaron la protestas de varios países asiáticos
entre ellos Vietnam, Filipinas, Indonesia y Singapur, las revueltas de Hong
Kong patrocinadas por las agencias de inteligencia estadounidenses encubiertas
bajo la fachada de la NED (National Endowment for Democracy) y la USAID
(The United States Agency for International Development), las
provocaciones militares del país nipón contra China por su justo reclamo de las
islas Diaoyu; y los intentos de los servicios secretos estadounidense de llevar
a los terroristas del Emirato Islámico a la región de Xinjiang, entre otros.
Ninguno de esos eventos resultó ser lo suficientemente efectivo como para chantajear,
distraer y evitar que el gigante asiático imponga sus objetivos en todos los
espacios internacionales.
La
Cumbre APEC permitió a China cerrar los frentes diplomáticos abiertos
intencionalmente por EE.UU. La muestra más espectacular de diplomacia china,
estimaron muchos analistas, fue “el apretón de manos y la reunión con el primer
ministro japonés, Shinzo Abe, la primera entre líderes de ambos países en tres
años. También el líder chino, Xi Jinping, tuvo oportunidad de reunirse con sus
pares de Corea del Sur, Park Geun-hye, y de Vietnam, Truong Tan Sang, países con los que mantiene diferendos territoriales [7].
En
referida Cumbre, el presidente chino, Xi Jinping, hizo alarde de la diplomacia
china. Mientras que, Barack Obama se esforzó en vano por imponer su propuesta
de Alianza Trans-Pacífica (TPP), Xi Jinping gozó del éxito alcanzado por la
aceptación de los países miembros de adherirse a su propuesta de Zona de Libre
Comercio.
Si
bien es cierto que la Globalización es un hecho real, ella se desarrolla a dos
planos: uno mundial y otro regional. Pero antes que nada, y para desgracia de
los estrategas estadounidenses, imperan los procesos de Regionalización
(bloques regionales) a razón de la cercanía
y la historia común de los pueblos. Ello explica que la región de Asia
oriental tiende a consolidarse como un nuevo bloque económico bajo el
indiscutible liderazgo de China, dejando de lado a EE.UU. De la misma forma, en
los últimos años se han venido constituyendo bloques de poder político-económico
regionales en muchas partes del mundo donde EE.UU. no participa o su influencia
es muy menor, por ejemplo, la Comunidad Económica de Eurasia, el Mercosur, la
Celac, la ALBA, inclusive en la propia Unión Europea, los BRICS, etc..
Al
parecer, aquella premonición del viejo Kissinger que “EE.UU. podía quedar
aislado de Asia y el Pacífico”, está convirtiéndose en una realidad a escala
mundial. Cada día que pasa, en cada evento o espacio internacional EE.UU.
pierde liderazgo, o simplemente no es tomado en cuenta.
El
juego formulado por Kissinger en 1974 ha sido ganado por China.
Fuentes:
[1]
China: la mayor economía del mundo.
[2]
“Muchos países confían en que China seguirá un ‘ascenso pacífico’, pero ninguno
apostaría su futuro a tal cosa”
Subsecretario de Estado de EE.UU., Robert B. Zoellick,
[3]
La OTAN del Pacífico
[4] “En China (2011)”, Henry kissinger.
[6]
China compra bonos del tesoro estadounidense