Muy recientemente el compañero Roberto Hernández Montoya escribió un excelente articulo titulado “El deslave de ética". Obviamente, se refería a la ética de la IV República por sus denuncias y críticas contra las sabias y justas medidas del gobierno revolucionario de tomar los hoteles privados para albergar a los hermanos damnificados. En el escrito, Roberto resaltaba en varios párrafos lo siguiente: “Se puede hablar largo de dignidad y cada quien tendrá la suya, pero en todo caso convendremos en que vivir entre aguas servidas no es digno de ningún ser humano aunque es vida cotidiana de miles de millones (…) ¿Es digno quedarse en las calles inundadas (de aguas servidas) habiendo hoteles vacíos y edificios abandonados? (…) ¿Es digna la mezquindad? ¡Qué indignidad la de la gente que prefiere las cosas a la gente! (…) Es un deslave de la ética. Personas que no hacen nada se dedican a maldecir a quienes andan en el barro, abreviando sus horas de sueño, buscando soluciones”. La canalla burguesía venezolana y sus defensores han montado un show.
Y es que, también, las lluvias han permitido descubrir el verdadero rostro de indignidad y la podredumbre de muchos. La Iglesia Católica, hoy más desprestigiada que nunca por su historial de abusos y mezquindades, tiene su parte en el show. Las últimas revelaciones hechas por Wikileaks sobre la solicitud hecha por el Arzobispo “venezolano” Baltazar Porras al imperio norteamericano para que intervenga directamente en Venezuela y contenga a Chávez, este hecho, sumado a la indiferencia de la Iglesia Católica ante la tragedia natural que vive el pueblo de Venezuela por las lluvias, y que afecta a los más pobres; a los parias; la clase más golpeada por la miseria que engendra el capitalismo que ellos defienden, ha terminado por desnudar las verdaderas intenciones esa cúpula eclesiástica y su total desprecio por el pueblo.
¿Y cómo catalogar, sino de bandidos, a los jerarcas de la iglesia católica venezolana que se prestan a desestabilizar la revolución? ¿Y cómo catalogar, sino de ignorantes, a quienes, todavía, hoy profieren respeto a los jerarcas de esa institución? No podría ser para menos. Pues, la reputación de los jerarcas de la Iglesia Católica, al igual que muchos Padres y Curas, yace fluyendo libremente, mezclada con las aguas servidas, entre las calles de los barrios y pueblos afectados por las lluvias, minando la salud de nuestro pueblo. La inmoralidad de la cúpula eclesiástica es tan grande como el oro y las riquezas que guarda el Vaticano; con el que se lucra esa misma mafia anticristiana; dinero suficiente para calmar el hambre de millones en el mundo.
A ellos se refería la eterna Rosa de Alemania (Rosa Luxemburgo) cuando decía que “muchos Obispos y Curas no pregonan la enseñanza cristiana: adoran el becerro de oro y el látigo que azota a los pobres e indefensos”. La indigna cúpula eclesiástica acostumbrada a vivir entre las aguas servidas nunca entenderá que al pueblo le deben respeto. El deslave de la ética se llevo consigo también a la Iglesia.
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