Por. Basem Tajeldine
Las recientes cumbres del G8 (Camp David, EE.UU.)
seguida por la de la OTAN (Chicago, EE.UU.) culminaron con muchas más
diferencias, incertidumbres y “promesas”
que acciones concretas y de unidad. La crisis estructural del capital: los
déficit fiscales en EE.UU. y Europa, las deudas crecientes (internas y
externas), los desvalances comerciales a favor de China, la guerra en
Afganistán no hallaron respuestas ni políticas comunes entre los participantes
de ambos eventos. El tema sobre el
creciente desempleo en los países del G8 ni siquiera se tocó. El desempleo y el
hambre no importa para las grandes economías mundiales.
El nuevo presidente
francés Francois Hollande fue la manzana de la discordia en ambas cumbres
cuando mostró su oposición a los recortes presupuestarios propuestos por el
clan “Merkozy” (Merkel-Sarkozy) y el FMI y de mantener las tropas francesas en
Afganistán hasta finales del 2014. El socialdemócrata Hollande aspira cumplir
su promesa de “crecimiento” sin recortes y retirar las tropas de Afganistán a
finales de este mismo año.
Los grandes medios internacionales no se hicieron eco
de aquella verdad. Se prestaron, como es costumbre, para disfrazar las
contradicciones que siguen en ascenso dentro del G8. Los falsos abrazos y desacuerdos no se filmaron. El grupo de los 8 países más industrializados del mundo (G8) comienza a
carecer de importancia frente al surgimiento de nuevos bloques regionales económicos-políticos como
el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Hollande plantea una
política más independiente de Francia y se inclina por el G20 donde participan los países
del BRICS. El G20 será en adelante el más importante espacio de consensos y
divergencias entre las potencias capitalistas. El G8 está condenada a la muerte.
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